Las tristezas.
La tristeza efímera es aquella que llega y se va en cuestión de minutos, es aquella que solemos experimentar cuando escuchamos determinada canción o vemos alguna película en la que el final nos inunda los ojos de lágrimas y con la que sentimos una gran pena de repente. Es una tristeza exagerada ya que al principio parece que nos afecta mucho y al cabo de varios segundos se nos puede haber olvidado. Es fácil reprimir este tipo de tristeza y hay quienes nos intentan hacer creer que nacieron sin tristeza efímera.
La tristeza inesperada. Es aquella que llega a través de una mala noticia, y llega tan de golpe que no te da tiempo a reaccionar. En un principio no la notas, crees que eres más fuerte que ella, y si eres de los que pensaban que naciste sin tristeza efímera cometerás el error de pensar que también naciste sin tristeza inesperada. Pero no, cuando asimilas esa mala noticia y te das cuenta que es de verdad, es la tristeza más dolorosa de todas. Puedes tardar en recuperarte de ella mucho tiempo o incluso seguir conviviendo con ella en tu vida diaria, lo que desencadena y se convierte en el tercer tipo de tristeza.
La tristeza continua. Es una tristeza que todos llevamos dentro, con la que convivimos. Está siempre presente, pero normalmente su porcentaje es bajo y solo aumenta cuando ocurren hechos que la hacen resurgir. Nuestra rutina nos hace olvidarnos de ella, pero en ocasiones una simple imagen, un sonido, o un olor, nos recuerda aquello que en su momento fue tristeza inesperada y que ahora resurge en menor medida. Hace que nos sintamos tristes por unos momentos, horas, o días…pero después vuelve a bajar el porcentaje para poder seguir la vida con normalidad.
A más tristeza inesperada más tristeza continua y más cosas en la vida diaria que hacen aumentar el porcentaje. Por eso llega un momento en el que si ese porcentaje es demasiado alto hay que darle al reset y dejarlo a cero.
Debemos impedir que la tristeza continua nos inunde y nos impida vivir.